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Oct 1 2022 05:41pm
This post is a violation of the site rules and appropriate action was taken.

Una ex-novia puede ser un preciado tesoro para los que no ligamos con la frecuencia deseada, sobre todo si es la primera, como era el caso.
Comencé a salir con "la Tocina" cuando ella contaba con la tierna edad de 15 años y todavía no se había ganado tan adiposo apelativo. Yo, a mis 17, era un chico desgarbado y lánguido a quien aquellas dos mamellas le parecían el mejor lugar del mundo.
Raquel, al ser su primer novio, se enamoró perdidamente de ese pazguato al que ahora doblo la edad y durante los tres años que duró nuestra relación, yo me aproveché de ello. Algo bastante despreciable por mi parte, no voy a negarlo.
Solía dejarla plantada para irme de fiesta, hacerla arreglarse para salir y follármela nada más recogerla para volverla a dejar en su casa, darle palmetazos en la espalda después de una mamada (cosa que ella odiaba) y un sinfín de actos mezquinos que la edad y la mala cabeza me obligaban a cometer, convirtiendo al bondadoso caballero que os habla en un hijo de puta de mucho cuidado.
Pero yo también tragué lo mío. Como ella era virgen, me tuvo sin follar los cuatro primeros meses de relación, en los que me consolaba a base de pajas dentro de su portal, acabando siempre conmigo eyaculando en la pared. Un desinteresado trabajo de gotelé por el que nunca recibí remuneración alguna.

Cuando empezamos, Raquel era un delicioso bombón; guapísima, tetona y ligeramente rellenita, detalle que lejos de ser negativo, en esa edad era un manjar de dioses. Unas tetas grandes nunca serán tan turgentes ni desafiarán la gravedad con tanto éxito como en la adolescencia y un culo redondo y muslos bien pertrechados jamás volverán a ser tan tersos.
El problema vino después, ya que según avanzaba nuestra relación también aumentaba la opulencia de mi novia, que se acabó poniendo gorda como un pepino.
Raquel pasó a ser La Tocina y los dos juntos "una pareja de 10" (por aquello del 1 y el 0), yo no llevaba bien ser el centro de aquellas mofas y además sospechaba que había empezado a comer krill.
La presión social y mi poca personalidad entonces, me hicieron dejarla definitivamente, a pesar de que ya era adicto a sus lorzas. Estaba completamente enganchado a su voluptuoso cuerpo.


Y es que quien no ha probado a una gorda, se pierde uno de los grandes placeres de la vida. No me refiero a obesidad mórbida, eso lo considero demasiado, sino a una gordura proporcionada, como era el caso de mi orondo amor, que mantuvo sus sensuales curvas. Su cintura seguía siendo estrecha, con lo que destacaba más el enorme culo y los gigantescos pechos, entre los que mi cabeza se veía pequeña. Su figura era como la guitarra de Hulk.
En maratones de sexo con chicas delgadas (esos primeros días en lo que todo es follar) nuestro cuerpo acaba sufriendo el terrible castigo de los isquiones, los "huesos del culo", llegando a producir dolor e incluso moratones. Son los llamados cardenales del amor e impiden que uno pueda empujar como quisiera.


Eso con una gorda no pasa. Puedes embestir con toda la fuerza que Dios te ha dado durante horas, que la grasa amortiguará e impedirá cualquier molestia.
Son cuerpos que invitan a sacar el animal que llevamos dentro. Caderas anchas, pechos generosos... Señales que van directas a nuestros genes más ancestrales y le dicen a nuestro cerebro que esa mujer es fértil y alimentará bien a nuestra progenie.
A pesar de todas mis afrentas, Raquel nunca dejó de quererme ni yo de desearla. Desde entonces he buscado a chicas esculturales, como casi todos, pero en momentos de necesidad o embriaguez siempre la buscaba a ella, y la mayoría de veces lo conseguía, como en la noche que nos ocupa.

—Hola guapa—, le dije achispado y con voz melosa por teléfono, tras un martes de perdición en los pubs locales.
—¿Qué quieres?—, respondió de forma adusta.
—Pues verte, qué voy a a querer.
—No, mira, son las 11 de la noche y sé lo que vas buscando.
—Te equivocas—, afirmé mintiendo como un bellaco. —Sólo quiero verte. Te echo de menos, ¿Tú a mí no?
Siguió un rato haciéndose rogar, cosa que a mí me ponía infinitamente más cachondo en el caso de convencerla, como al final pasó.
—Vale, pero sólo una copa, nada más—, sentenció Raquel.
Yo sabía que el paso difícil ya estaba dado y mi ciruelo, que palpitaba como un "deo malo", también lo sabía.
La recogí en el coche y nos fuimos a echar una copa y un billar. Durante la partida, una serie de flirteos, insinuaciones y roces fortuitos, aparentemente involuntarios, con la pertinente sonrisa y "disculpa" por su parte —uy, perdona, ha sido sin querer—, me llevaron a tal grado de excitación que me daban hasta temblores. Pagué, la cogí de la mano y nos fuimos.

Aparqué el coche en un camino aledaño a la carretera del mirador, follódromo que me gustaba por ser poco frecuentado, nos pasamos a los asientos traseros y nos desnudamos.
Mientras nos besábamos, apretaba sus lorzas por doquier cual poseso, estrujaba sus enormes tetas de un modo que sólo una gorda puede aguantar y le cogí la cabeza para que me la comiera como sólo una gorda sabe hacer.
Cuando estaba de rodillas inclinada sobre mi entrepierna, aventuré mi mano en la raja de su culo que ya sudaba ostensiblemente, avanzando y llegando a sumergir por completo el antebrazo entre sus cachetes, hasta llegar a su abultado coño. Un coño que chorreaba y palpitaba hinchado por la obesidad y la excitación. Un chumino que horadé con mis dedos abriéndome camino entre la carne resbaladiza, impregnándolos con su flujo y llevándolos a mi boca y mi nariz. Ese aroma a lonja de Portugalete, entre el sudor y el pescado, terminó de ponerme berraco y no pude esperar más.

Normalmente empezaba a cabalgarme ella, pero yo tenía la imperiosa necesidad de empujar, así que le di la vuelta y la encajé entre los asientos delanteros para hacer la postura del radiocasete. Ante mí, la visión casi exclusiva de su culo, grande, esplendoroso, con la maravillosa imperfección de la celulitis, distribuída aquí y allá como dunas en un desierto.
La embestí preso de un delirio de lujuria irracional, de forma violenta e inmisericorde, provocando que su carne vibrara como un flan en un Land Rover. Al caber su cintura entre los asientos pero no su trasero, no había peligro de que se colara hacia delante, así que seguí percutiendo como un animal.


Comenzó a golpearse la cabeza contra la radio, quitando de un golpe el disco de The Doors que me gustaba escuchar mientras follaba, pasando a oírse Radio Olé.
—¡Esto no, por Dios!—, me lamenté mientras seguía acometiendo a ver si de otro cabezazo sintonizaba al menos Kiss FM.
Pero me instó a parar, desconectó la radio y me dijo "vale, sigue".
Y eso hice. Continué arponeando de forma cada vez más salvaje, mientras le apretaba el culo con todas mis fuerzas y le daba tremendos palmetazos. Desapareció todo rastro de humanidad que hubiera en mí, me convertí en una bestia.
Perdí hasta la facultad de hablar y solo emitía gruñidos y resuellos.
—¡Grorf, grorf, abrgh, arf..!
Cuando me quise dar cuenta le estaba pegando puñetazos en los cachetes. Sí, jodidos puñetazos en el culo, como un troglodita o un mono.

Casi echando espumarajos por la boca, la saqué de ahí tirando de ella, la puse a cuatro patas encarada hacia un lado y seguí arremetiendo con todas mis fuerzas. Los amortiguadores de mi "Forfi" sufrían y el coche oscilaba como galeón en una tormenta, pero me daba igual. "Yo soy la tormenta", me decía desquiciado entre bufidos y sudor.
Comenzó Raquel otra vez a golpearse la cabeza, en esta ocasión contra la puerta, así que la abrí, liberando las fronteras de nuestra cópula.
Ya no había barreras que me contuvieran y mis caderas parecían poseídas por el mismísimo diablo, así que seguí con más violencia si cabe y a cada sacudida ella salía un poco más del coche, hasta que vi que estaba apoyada con las manos en el suelo del camino.
—¡¡Para, para!!—, me decía.
Pero yo no atendía a razones, de hecho al estar tan agachada su culo estaba todavía más en pompa y eso aumentaba mi enajenación. Me sentía poderoso al ver las ondas de carne que se propagaban con cada empujón. Sudábamos como cerdos, sobre todo ella que estaba escurridiza y emanaba hacia mi cara toda la fragancia del sexo albergada en su profunda e ígnea entrepierna.
Coño, culo y sudor, el cóctel de aromas que hizo que un depravado como yo perdiera la razón y propinara el pollazo definitivo que provocó que a Raquel le fallaran las manos y saliera despedida hacia fuera, cayendo en el camino como un saco de patata.

Ahí se paró el tiempo. Durante un segundo la vanidad me atravesó como un rayo y lo pude ver: era la oportunidad de convertirme en el cabronazo supremo, en una leyenda.
—"Solamente tienes que cerrar la puerta e ir a echarte un cubata".
—"Pero... eso me convertiría en la peor persona del mundo, en un miserable".
(Todo esto hablando yo con mi conciencia)
—"Chsssssst calla. ¿No lo oyes? Son tus amigos diciendo el "qué jefe" más efusivo de la historia".
¿De verdad iba a hacer eso? ¿Iba a perder el poco honor que me quedaba y vender mi alma al diablo para que mis amigos pudieran decir "yo nunca he echado a una gorda del coche a pollazos, la he dejado tirada y he ido a tomarme una copa"?
Un atisbo de honradez y el poderoso hecho de que aún no me había corrido, me llevaron a borrar tan infame idea de mi cabeza y salí del coche.
Ahí estaba varada en una cuneta Raquel, húmeda y brillante. Me sacudí la sardina y eyaculé sobre ella, cual voluntario de Green Peace mojando a un cachalote.
La ayudé a levantarse y a limpiarse, pues estaba rebozada en arena y lefa, y le pedí disculpas hablándole desde el corazón y con toda la sinceridad del mundo:
—Mira, me pones muy cachondo, me haces perder la cabeza como nadie y no soy capaz de luchar contra eso, no sé si alguna vez podré.
—Yo también te querré siempre—, me dijo dibujando una sonrisa de comprensión y dándome una lección de integridad y madurez.

Después de aquello tardé en llamarla. Me había prometido no volver a hacerlo y dejarla vivir, sabiendo perfectamente que no podría cumplirlo. Porque a pesar de buscar la excelencia femenina en cuerpos perfectos, siempre volvía a ella.
Una obsesión a la altura de la del Capitán Ahab, con cuyas palabras me despido.
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Oct 2 2022 06:35am
Quote (fake_afk @ 2 Oct 2022 01:41)
Una ex-novia puede ser un preciado tesoro para los que no ligamos con la frecuencia deseada, sobre todo si es la primera, como era el caso.
Comencé a salir con "la Tocina" cuando ella contaba con la tierna edad de 15 años y todavía no se había ganado tan adiposo apelativo. Yo, a mis 17, era un chico desgarbado y lánguido a quien aquellas dos mamellas le parecían el mejor lugar del mundo.
Raquel, al ser su primer novio, se enamoró perdidamente de ese pazguato al que ahora doblo la edad y durante los tres años que duró nuestra relación, yo me aproveché de ello. Algo bastante despreciable por mi parte, no voy a negarlo.
Solía dejarla plantada para irme de fiesta, hacerla arreglarse para salir y follármela nada más recogerla para volverla a dejar en su casa, darle palmetazos en la espalda después de una mamada (cosa que ella odiaba) y un sinfín de actos mezquinos que la edad y la mala cabeza me obligaban a cometer, convirtiendo al bondadoso caballero que os habla en un hijo de puta de mucho cuidado.
Pero yo también tragué lo mío. Como ella era virgen, me tuvo sin follar los cuatro primeros meses de relación, en los que me consolaba a base de pajas dentro de su portal, acabando siempre conmigo eyaculando en la pared. Un desinteresado trabajo de gotelé por el que nunca recibí remuneración alguna.

Cuando empezamos, Raquel era un delicioso bombón; guapísima, tetona y ligeramente rellenita, detalle que lejos de ser negativo, en esa edad era un manjar de dioses. Unas tetas grandes nunca serán tan turgentes ni desafiarán la gravedad con tanto éxito como en la adolescencia y un culo redondo y muslos bien pertrechados jamás volverán a ser tan tersos.
El problema vino después, ya que según avanzaba nuestra relación también aumentaba la opulencia de mi novia, que se acabó poniendo gorda como un pepino.
Raquel pasó a ser La Tocina y los dos juntos "una pareja de 10" (por aquello del 1 y el 0), yo no llevaba bien ser el centro de aquellas mofas y además sospechaba que había empezado a comer krill.
La presión social y mi poca personalidad entonces, me hicieron dejarla definitivamente, a pesar de que ya era adicto a sus lorzas. Estaba completamente enganchado a su voluptuoso cuerpo.


Y es que quien no ha probado a una gorda, se pierde uno de los grandes placeres de la vida. No me refiero a obesidad mórbida, eso lo considero demasiado, sino a una gordura proporcionada, como era el caso de mi orondo amor, que mantuvo sus sensuales curvas. Su cintura seguía siendo estrecha, con lo que destacaba más el enorme culo y los gigantescos pechos, entre los que mi cabeza se veía pequeña. Su figura era como la guitarra de Hulk.
En maratones de sexo con chicas delgadas (esos primeros días en lo que todo es follar) nuestro cuerpo acaba sufriendo el terrible castigo de los isquiones, los "huesos del culo", llegando a producir dolor e incluso moratones. Son los llamados cardenales del amor e impiden que uno pueda empujar como quisiera.


Eso con una gorda no pasa. Puedes embestir con toda la fuerza que Dios te ha dado durante horas, que la grasa amortiguará e impedirá cualquier molestia.
Son cuerpos que invitan a sacar el animal que llevamos dentro. Caderas anchas, pechos generosos... Señales que van directas a nuestros genes más ancestrales y le dicen a nuestro cerebro que esa mujer es fértil y alimentará bien a nuestra progenie.
A pesar de todas mis afrentas, Raquel nunca dejó de quererme ni yo de desearla. Desde entonces he buscado a chicas esculturales, como casi todos, pero en momentos de necesidad o embriaguez siempre la buscaba a ella, y la mayoría de veces lo conseguía, como en la noche que nos ocupa.

—Hola guapa—, le dije achispado y con voz melosa por teléfono, tras un martes de perdición en los pubs locales.
—¿Qué quieres?—, respondió de forma adusta.
—Pues verte, qué voy a a querer.
—No, mira, son las 11 de la noche y sé lo que vas buscando.
—Te equivocas—, afirmé mintiendo como un bellaco. —Sólo quiero verte. Te echo de menos, ¿Tú a mí no?
Siguió un rato haciéndose rogar, cosa que a mí me ponía infinitamente más cachondo en el caso de convencerla, como al final pasó.
—Vale, pero sólo una copa, nada más—, sentenció Raquel.
Yo sabía que el paso difícil ya estaba dado y mi ciruelo, que palpitaba como un "deo malo", también lo sabía.
La recogí en el coche y nos fuimos a echar una copa y un billar. Durante la partida, una serie de flirteos, insinuaciones y roces fortuitos, aparentemente involuntarios, con la pertinente sonrisa y "disculpa" por su parte —uy, perdona, ha sido sin querer—, me llevaron a tal grado de excitación que me daban hasta temblores. Pagué, la cogí de la mano y nos fuimos.

Aparqué el coche en un camino aledaño a la carretera del mirador, follódromo que me gustaba por ser poco frecuentado, nos pasamos a los asientos traseros y nos desnudamos.
Mientras nos besábamos, apretaba sus lorzas por doquier cual poseso, estrujaba sus enormes tetas de un modo que sólo una gorda puede aguantar y le cogí la cabeza para que me la comiera como sólo una gorda sabe hacer.
Cuando estaba de rodillas inclinada sobre mi entrepierna, aventuré mi mano en la raja de su culo que ya sudaba ostensiblemente, avanzando y llegando a sumergir por completo el antebrazo entre sus cachetes, hasta llegar a su abultado coño. Un coño que chorreaba y palpitaba hinchado por la obesidad y la excitación. Un chumino que horadé con mis dedos abriéndome camino entre la carne resbaladiza, impregnándolos con su flujo y llevándolos a mi boca y mi nariz. Ese aroma a lonja de Portugalete, entre el sudor y el pescado, terminó de ponerme berraco y no pude esperar más.

Normalmente empezaba a cabalgarme ella, pero yo tenía la imperiosa necesidad de empujar, así que le di la vuelta y la encajé entre los asientos delanteros para hacer la postura del radiocasete. Ante mí, la visión casi exclusiva de su culo, grande, esplendoroso, con la maravillosa imperfección de la celulitis, distribuída aquí y allá como dunas en un desierto.
La embestí preso de un delirio de lujuria irracional, de forma violenta e inmisericorde, provocando que su carne vibrara como un flan en un Land Rover. Al caber su cintura entre los asientos pero no su trasero, no había peligro de que se colara hacia delante, así que seguí percutiendo como un animal.


Comenzó a golpearse la cabeza contra la radio, quitando de un golpe el disco de The Doors que me gustaba escuchar mientras follaba, pasando a oírse Radio Olé.
—¡Esto no, por Dios!—, me lamenté mientras seguía acometiendo a ver si de otro cabezazo sintonizaba al menos Kiss FM.
Pero me instó a parar, desconectó la radio y me dijo "vale, sigue".
Y eso hice. Continué arponeando de forma cada vez más salvaje, mientras le apretaba el culo con todas mis fuerzas y le daba tremendos palmetazos. Desapareció todo rastro de humanidad que hubiera en mí, me convertí en una bestia.
Perdí hasta la facultad de hablar y solo emitía gruñidos y resuellos.
—¡Grorf, grorf, abrgh, arf..!
Cuando me quise dar cuenta le estaba pegando puñetazos en los cachetes. Sí, jodidos puñetazos en el culo, como un troglodita o un mono.

Casi echando espumarajos por la boca, la saqué de ahí tirando de ella, la puse a cuatro patas encarada hacia un lado y seguí arremetiendo con todas mis fuerzas. Los amortiguadores de mi "Forfi" sufrían y el coche oscilaba como galeón en una tormenta, pero me daba igual. "Yo soy la tormenta", me decía desquiciado entre bufidos y sudor.
Comenzó Raquel otra vez a golpearse la cabeza, en esta ocasión contra la puerta, así que la abrí, liberando las fronteras de nuestra cópula.
Ya no había barreras que me contuvieran y mis caderas parecían poseídas por el mismísimo diablo, así que seguí con más violencia si cabe y a cada sacudida ella salía un poco más del coche, hasta que vi que estaba apoyada con las manos en el suelo del camino.
—¡¡Para, para!!—, me decía.
Pero yo no atendía a razones, de hecho al estar tan agachada su culo estaba todavía más en pompa y eso aumentaba mi enajenación. Me sentía poderoso al ver las ondas de carne que se propagaban con cada empujón. Sudábamos como cerdos, sobre todo ella que estaba escurridiza y emanaba hacia mi cara toda la fragancia del sexo albergada en su profunda e ígnea entrepierna.
Coño, culo y sudor, el cóctel de aromas que hizo que un depravado como yo perdiera la razón y propinara el pollazo definitivo que provocó que a Raquel le fallaran las manos y saliera despedida hacia fuera, cayendo en el camino como un saco de patata.

Ahí se paró el tiempo. Durante un segundo la vanidad me atravesó como un rayo y lo pude ver: era la oportunidad de convertirme en el cabronazo supremo, en una leyenda.
—"Solamente tienes que cerrar la puerta e ir a echarte un cubata".
—"Pero... eso me convertiría en la peor persona del mundo, en un miserable".
(Todo esto hablando yo con mi conciencia)
—"Chsssssst calla. ¿No lo oyes? Son tus amigos diciendo el "qué jefe" más efusivo de la historia".
¿De verdad iba a hacer eso? ¿Iba a perder el poco honor que me quedaba y vender mi alma al diablo para que mis amigos pudieran decir "yo nunca he echado a una gorda del coche a pollazos, la he dejado tirada y he ido a tomarme una copa"?
Un atisbo de honradez y el poderoso hecho de que aún no me había corrido, me llevaron a borrar tan infame idea de mi cabeza y salí del coche.
Ahí estaba varada en una cuneta Raquel, húmeda y brillante. Me sacudí la sardina y eyaculé sobre ella, cual voluntario de Green Peace mojando a un cachalote.
La ayudé a levantarse y a limpiarse, pues estaba rebozada en arena y lefa, y le pedí disculpas hablándole desde el corazón y con toda la sinceridad del mundo:
—Mira, me pones muy cachondo, me haces perder la cabeza como nadie y no soy capaz de luchar contra eso, no sé si alguna vez podré.
—Yo también te querré siempre—, me dijo dibujando una sonrisa de comprensión y dándome una lección de integridad y madurez.

Después de aquello tardé en llamarla. Me había prometido no volver a hacerlo y dejarla vivir, sabiendo perfectamente que no podría cumplirlo. Porque a pesar de buscar la excelencia femenina en cuerpos perfectos, siempre volvía a ella.
Una obsesión a la altura de la del Capitán Ahab, con cuyas palabras me despido.


report noob
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Oct 2 2022 06:57am
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era la madre cancerosa de
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Quote (piramide_cabanes @ Oct 2 2022 02:35pm)
report noob


De akella noxe saliste tu ijo
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Quote (NARIZDEBUBA @ 2 Oct 2022 14:57)
era la madre cancerosa de ^piramide_cabanes


exito en mis planes , disfruta de tu warn 30 % y de 20 dias sin poder entrar en jsp ( quedaste sin reset por pringao jajajajaja)
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Quote (piramide_cabanes @ Oct 2 2022 03:17pm)
exito en mis planes , disfruta de tu warn 30 % y de 20 dias sin poder entrar en jsp ( quedaste sin reset por pringao jajajajaja)


a ver si te enteras ya de ke el unico k juega al d2 desde el confinamiento eres tu tio xdddddddddddddd

pd

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Quote (piramide_cabanes @ 2 Oct 2022 15:17)
exito en mis planes , disfruta de tu warn 30 % y de 20 dias sin poder entrar en jsp ( quedaste sin reset por pringao jajajajaja)


puto nub
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Quote (NARIZDEBUBA @ 2 Oct 2022 20:04)
a ver si te enteras ya de ke el unico k juega al d2 desde el confinamiento eres tu tio xdddddddddddddd

pd

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desde el confinamiento ???? yo juego desde el 2001 campeon , ya te dije mil veces que prefiero jugar al d2 que estar en un foro 24h metido intentando reirte de la gente porque de pequeño lo pasaste mal en el cole amigo
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Cabanes frikazo
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Quote (piramide_cabanes @ Oct 2 2022 10:43pm)
desde el confinamiento ???? yo juego desde el 2001 campeon , ya te dije mil veces que prefiero jugar al d2 que estar en un foro 24h metido intentando reirte de la gente porque de pequeño lo pasaste mal en el cole amigo


20 años jugando y aún te mata un yeti de anya hell
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